LOS PASTORES DE CAÍN





TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 4:1-10

INTRODUCCIÓN

       El camino que se extiende ante nosotros como siervos de Dios, que tenemos una conciencia clara de nuestro llamamiento y vocación pastoral o didáctica para la iglesia del futuro, es harto difícil de transitar. Solemos escuchar de distintas voces que el ejercicio de la labor pastoral es un empeño que demanda de nosotros un alto precio, un empleo de grandes dosis de paciencia, un sinnúmero de sinsabores y una serie de experiencias tan diversas como impactantes. Tratar de administrar el potencial carismático de una congregación, supervisar el idóneo funcionamiento de diaconías y servicios, alentar una visión cristocéntrica en la predicación y enseñar con poder de convicción y comunicación, son varias de las tareas que nos esperan como retos a los que hay que enfrentar con excelencia.

       Sin embargo, en muchas ocasiones, no solo tropezaremos con barreras externas a la iglesia o con obstáculos que aparecen entre los miembros a los que pretendemos pastorear según el ejemplo de Cristo. En determinados momentos de nuestro ministerio, el verdadero factor que supondrá una amenaza letal contra nuestra labor, seremos nosotros mismos. Al salir de entre estas paredes de instrucción y aprendizaje, nuevas responsabilidades y compromisos llenarán nuestro tiempo y requerirán de un amplio conocimiento de nuestras reacciones y actitudes. Intentaremos que esas nuevas relaciones con la membresía de una iglesia sean gestionadas según lo que entendemos que es la voluntad de Dios, pero en situaciones coyunturales podemos resbalar estrepitosamente en lo que se refiere a nuestra manera de entender el rebaño que hemos de conducir hacia pastos deliciosos y delicados.

      El relato bíblico de Caín y Abel resulta revelador al respecto de nuestro desempeño de la vocación pastoral. El personaje de Caín y su agrio talante me llevan a pensar en no repetir sus fallos e inconveniencias dentro de nuestro presente o futuro ministerio en una iglesia local.

A. PROFESIONALISMO

“Al cabo de un tiempo, Caín presentó de los frutos del campo una ofrenda al Señor. También Abel le ofreció las primeras y mejores crías de su rebaño. El Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró del mismo modo a Caín y a la suya.” (vv. 3-5)

      Uno de los errores en los que un pastor puede caer cuando es escogido para servir a una iglesia, es precisamente el error de Caín que hemos podido constatar. ¿Caín ofrendó del fruto de su esfuerzo a Dios? Claro. ¿No cumplió con su deber de manera abierta y práctica? Por supuesto. Hizo lo que se suponía que debía hacerse. El matiz que le diferenciaba de su hermano Abel radica principalmente en el espíritu con que se llevaba a cabo la ofrenda a Dios. Caín hizo lo correcto, sin más ni más. No había corazón o pasión en sus actos. Simplemente había un sentido del deber al que ofrecía lo justo. Ni más ni menos. El escritor bíblico no nos resalta que entregó a Dios los primeros y mejores frutos de su cosecha. Realizó el rito de la ofrenda a Dios por inercia, sin alma, sin un verdadero sentido interior de lo que llevaba a cabo.

      Un pastor que se precie debe poner pasión y corazón en todo lo que hace. En su disponibilidad, en su entrega, en sus relaciones, en su predicación y en su ejemplo, siempre debe existir el fuego de la vocación divina, ardiendo inextinguible pase lo que pase. De otro modo, podemos convertirnos en pastores, no ya cumplidores, sino también aferrados a un profesionalismo frío e indiferente, que marque límites entre ellos y sus rebaños. Si entendemos que el ministerio es solo cumplir, transformaremos el fervor por trabajar codo con codo con nuestros consiervos para la causa de Cristo en un empeño mecánico, carente de impulso y puramente administrativo. Seremos pastores al ralentí, que simplemente se conforman con que las cosas sigan como están, sin ambiciones santas ni deseos de expansión evangelística. Sí, cumpliremos con nuestra función, pero nuestra actitud solamente se circunscribirá al deber formal y no a una disposición franca y misericordiosa hacia el rebaño. Enclaustrados en este estado de cosas, el Señor demandará de nosotros el fruto de nuestro trabajo, y ¿cómo podrá agradarse Dios de un fruto tan poco excelente e incluso inexistente?
 
B. NO SABER ENCAJAR LAS CRÍTICAS

“Entonces Caín se irritó sobremanera y puso mala cara. El Señor le dijo: -¿Por qué te irritas? ¿Por qué has puesto esa cara? Si obraras rectamente llevarías la cabeza bien alta; pero como actúas mal el pecado está agazapado a tu puerta, acechándote. Sin embargo, tú puedes dominarlo.” (vv. 5-7)

      Las críticas siempre han sido el pan diario de los siervos de Dios. Ningún profeta, juez o gobernador de los destinos de Israel ha dejado de ser criticado, a menudo con demasiada saña y mala baba. Sin embargo, cuando la crítica no es destructiva, sino más bien constructiva, solemos reaccionar del mismo modo que si fuese un insulto o una acusación de no hacer las cosas bien. El ejemplo de Caín es perfecto para ilustrarlo. Ante sus muecas de disgusto y envidia tiñosa, Dios se acerca para aconsejarle sobre cómo debería ser su actitud ante todo. Dios le amonesta para que deje de comportarse como un niño que refunfuña y patalea para que examine su vida y los peligros que se ciernen sobre su conducta y pensamientos. Dios le anima después para que cambie de registro, para que en vez de quejarse, recapacite y haga mejor las cosas. ¿Caín le escuchó atentamente y obedeció la sugerencia dada por Dios? Definitivamente no.

      A nosotros también nos puede pasar lo mismo. Sobre todo porque no somos perfectos, por muchas medallas o títulos con que queramos adornar las paredes del despacho pastoral. Cuando salgamos de aquí no sabremos ni la milésima parte de todo lo que podríamos saber acerca del desempeño pastoral en una iglesia. Miles de sorpresas, de casuísticas y de problemáticas se van a lanzar a nuestra yugular espiritual, y en algunas situaciones nos veremos desbordados por completo. Por eso, necesitamos rodearnos de hermanos de nuestras iglesias que nos aconsejen y nos asesoren acerca de la realidad particular de la congregación. No seamos tercos o tan sabihondos en el conocimiento de todas las áreas de la iglesia, que podamos caer en el error garrafal de no aceptar o encajar las críticas, por supuesto, bien argumentadas y de buena fe, que nuestros hermanos en la fe nos puedan comunicar. No miremos sospechosamente cada sugerencia, amonestación o exhortación como una amenaza a nuestra autoridad pastoral, sino más bien como una bendición que Dios nos comunica por medio de hermanos que solo quieren que trabajemos más eficazmente entre ellos.

C. LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN

“Caín propuso a su hermano Abel que fueran al campo y, una vez allí, Caín atacó a su hermano y lo mató.” (v. 8)

     ¿Qué tiene que ver el homicidio cometido por Caín sobre Abel con nuestra trayectoria pastoral? Creo que bastante. Veamos, Caín no solo no recapacita sobre su mezquina actitud, sino que encima arrastra a su inocente hermano Abel en su sed envidiosa y ponzoñosa. Por desgracia, la experiencia personal como miembro de iglesia que he tenido me lleva a hablar de pastores que cuando ven a un hermano, están contemplando a un enemigo. Su percepción de lo que significa ejercer la autoridad pastoral está tan distorsionada y tan aferrada a un statu quo preeminente, que cuando un hermano de la iglesia desea proponerle algo, mira a este hermano de soslayo con una mezcla de desaprobación y de hastío.

     Cada persona que intenta preguntarle algo se convierte ante sus ojos en una especie de amenaza en potencia a su ministerio. Por no hablar de sus relaciones interdenominacionales, en las que considera a sus colegas pastorales como competidores que quieren arrebatarle sus ovejas. En vez de concentrarse en un fiel y eficaz desempeño de sus actividades pastorales, prefiere centrarse en combatir al enemigo, llegando incluso a “asesinar” espiritualmente a aquellos que no comulgan con su manera de hacer las cosas de manera sibilina y maquiavélica. Vive inmerso en una teoría de la conspiración que le hace sospechar de todo y de todos, lo cual repercute negativamente en la salud espiritual de aquellos a los que ha de guiar en la vida cristiana.

CONCLUSIÓN

“El Señor le preguntó a Caín: -¿Dónde está tu hermano Abel? Él respondió: -No lo sé, ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (v. 9)

      Esta pregunta es una pregunta crucial para nuestro futuro como pastores. En este llamamiento especial que Dios ha realizado en nosotros, nunca hemos de olvidar que antes de trabajar en la mies de Dios como pastores, hemos sido ovejas. No cambiamos de status ante los ojos de Dios por servirle con mayor dedicación en el ámbito pastoral, sino que más bien Él nos desafía a cumplir con entrega y sacrificio la misión que nos ha encomendado allí donde nos envíe. El cainismo a nivel pastoral puede hacer mucho daño a una comunidad de creyentes, y por lo tanto, hemos de vigilarnos a nosotros mismos, utilizando los mecanismos de control que Dios ha colocado en Su sabia Palabra.

      En el Tribunal de Cristo seremos interrogados acerca de aquellas personas, hermanos y hermanas, que constituyeron la grey que debíamos cuidar y guiar. No podemos presentarnos ante Cristo y de manera displicente decirle que no tuvimos una responsabilidad y un compromiso para con ellos. No podremos decirle: “¿Acaso yo soy responsable de la vida de Fulano o Mengano?”, porque sabremos que sería mentirnos a nosotros mismos. Sí, como ministros de Dios para la futura iglesia, somos guardianes de nuestros hermanos, y por ello hemos de llevar a cabo nuestro pastorado procurando no caer en la frialdad del profesionalismo, en el orgullo que no sabe encajar la crítica o en la sospecha del que asesina las almas. No seamos pastores imitadores de Caín, sino más bien, imitemos al Príncipe de los Pastores en nuestra futura actividad de cuidado y enseñanza dentro de las iglesias.

VERSIÓN DESCARGABLE: https://www.dropbox.com/s/x23r8vm9yaogewy/LOS%20PASTORES%20DE%20CA%C3%8DN.pdf?dl=0

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