WE ARE FAMILY!
SERIE
DE SERMONES SOBRE MATEO 11-12 “BAD GENERATION”
TEXTO
BÍBLICO: MATEO 12:46-50
INTRODUCCIÓN
Uno
de los temazos musicales disco y R&B de finales de los setenta,
concretamente de 1978, que seguramente más se haya escuchado a lo
largo de los años subsiguientes, fue la canción “We are family,”
del grupo femenino Sister Sledge, compuesto por cuatro jovencitas.
Este tema se convirtió con el paso del tiempo en una especie de
himno de fraternidad, en una celebración de lo que significa ser
familia, con sus esperanzas, sus metas y sus sueños. En cuanto
suenan los primeros compases de esta pieza mítica, ya no puedes
parar de moverte al son de este ritmo pegadizo y estremecedor al
mismo tiempo. Equipos deportivos, programas de televisión y
películas de renombre han recurrido a esta canción para subrayar la
maravillosa sensación que brota de vivir en armonía dentro del
ámbito familiar, de alegrarse por la relación íntima y estrecha de
cada miembro del clan, de percibir cómo desde afuera todos desean
tener esa misma comunión familiar.
Desgraciadamente, en los
tiempos en los que nos toca vivir, la familia es presa fácil de
Satanás y de un sistema ideológico que aboga por hacer desaparecer
esta institución tan necesaria para construir comunidad y para
sostener nuestra sociedad. La familia ha pasado de ser algo
reconocible, estable y ordenado por Dios, a ser un ente volátil,
caprichoso y distorsionado. Los progresistas modelos de familia que
tratan de imponerse desde determinadas instancias tienden a confundir
la auténtica esencia de la familia. A cualquier cosa ahora se le
denomina familia. Todos caben dentro de una categoría que fue
acotada y delimitada sin género de dudas por Dios en su Palabra. A
estas postmodernas formas presuntamente familiares, se las puede
llamar, y se las debe llamar, de otro modo, pero nunca familia.
Formar parte de ella supone una afinidad de consanguinidad, un
compromiso afectivo inquebrantable y una responsabilidad común que
llega hasta la muerte. Querer introducir a cualquiera dentro de este
ámbito tan especial, con una moral ciertamente discutible, y con
unos fines sospechosamente relacionados con la promoción de estilos
de vida dañinos y poco edificantes, supone la progresiva erosión de
lo que Dios tenía en mente cuando fraguó la institución familiar
desde el principio de la humanidad.
También,
otra tendencia actual cada vez más visible es la de familias
fachada, en las cuales se supone debe haber un ambiente de cariño,
de ayuda mutua, de cooperación y de confianza plena, pero nada de
esto crece al amparo de unos lazos prácticamente rotos a causa de
las conveniencias, del orgullo, de la ambición y de las envidias.
Son familias en las que la distancia es su característica más
visible, en las que no existe ese espíritu de apoyo mutuo, en las
que cada uno va a la suya, en las que cada miembro de la familia
promueve favoritismos, en la que la soledad va acaparando el tiempo
de los mayores por ser personas obsoletas, en la que los hijos se
aprovechan cínicamente de los padres sin poner de su parte para
tirar hacia adelante. Familias enredadas en pleitos por herencias,
inmersas en un reproche continuo, lastradas por pecados del pasado en
la crianza y educación de los hijos. Pocas familias logran hoy día
prolongar la armonía y el buen entendimiento intergeneracional más
allá de los encuentros festivos.
Muchos
hijos sin oficio ni beneficio se arriman sin miramientos a la sombra
de los padres para sacarles hasta los higadillos. Muchos padres
destinan prácticamente todo su tiempo a trabajar y trabajar sin
desmayo, descuidando su rol paterno y materno en la tierna infancia
de sus hijos. Muchos ancianos ven con tristeza que todos sus desvelos
y sacrificios se han desvanecido de la mente y memoria de sus hijos
ya adultos, pero sumergidos en un maremágnum de preocupaciones,
compromisos y responsabilidades extra familiares. En definitiva, la
familia se ha devaluado considerablemente a causa del deterioro
interno de la misma, pero también a causa de los ataques furibundos
de organismos ideológicos y grupos de presión ampliamente
conocidos.
- UNA VISITA FAMILIAR IMPREVISTA
Ante
el tema de la familia, y valorando la vida e historia de Jesús,
¿cómo sería el ambiente familiar de Jesús? ¿Se llevaría bien
con sus padres, hermanos y hermanas? Desde el texto bíblico que hoy
nos ocupa, y vista la trayectoria humana de Jesús, en principio no
parecía haber ningún tipo de problemática al respecto. José, su
padre, posiblemente ya hubiese fallecido cuando Jesús inicia su
ministerio terrenal, pero sí sabemos que Jesús recogió, hasta que
inauguró su misión salvífica, el testigo profesional de su padre,
la carpintería. Jesús crece en gracia para con todo el mundo,
incluyendo a su familia. De forma especial, Jesús amaba a su madre
María, conocedora íntima del grandioso papel que su hijo debía
jugar en el tejido de la historia y de la realidad. Sin embargo,
cuando Dios decide que ya es el momento en el que su amado Hijo debe
dejar su hogar para involucrarse al ciento por ciento en predicar y
proclamar el advenimiento del Reino de los cielos, Jesús se despide
de toda su familia, madre, hermanos y hermanas, para dar comienzo a
tres años intensos de evangelización en Judea.
Después
de señalar contundente y públicamente la hipocresía farisaica
dentro de los muros de la sinagoga, desatando la ira y el odio en los
corazones de los legalistas y contumaces elitistas religiosos, Jesús
recibe una visita inesperada. Recordemos que Jesús ahora tenía su
cuartel general en Capernaúm, y que su hogar natal era Nazaret,
donde ahora vivía María junto con algunos de sus hermanos:
“Mientras él aún
hablaba a la gente, su madre y sus hermanos estaban afuera y le
querían hablar. Le dijo uno: —Tu madre y tus hermanos están
afuera y te quieren hablar.” (vv. 46-47) En
el preciso instante en el que Jesús les estaba cantando las cuarenta
a sus acérrimos adversarios, alguien le toca en el hombro para
llamarle la atención sobre la visita de su familia. Al parecer su
madre y sus hermanos habían convenido entre sí poder conversar con
Jesús en la intimidad. ¿Vendrían para informarle de los
acontecimientos acaecidos en Nazaret durante el tiempo de su
ausencia? ¿Querrían prodigarse en abrazos, en besos, en intercambio
de impresiones sencillas y cariñosas como toda familia que vuelve a
encontrarse? ¿Habrían escuchado algún comentario en torno al
complot que se estaba fraguando en contra suya por parte de los
fariseos, y querían advertirle de que tuviese cuidado con sus
manifestaciones públicas? ¿O su intención era tratar de convencer
a Jesús de que depusiera de su actividad misionera? Nada se nos dice
al respecto. El caso es que, fuese cual fuese el motivo que había
llevado a la familia acercarse por Capernaúm para ver a Jesús,
atender a la familia era algo prácticamente sagrado. Como buen hijo,
debía dejar todo lo que en ese mismo momento estaba haciendo para
saludar a su familia.
Para
todo buen judío que se preciase de ser, responder con inmediatez a
la voz de la familia era primordial. La familia era el reducto de los
afectos más satisfactorios y felices. Los hijos eran los aprendices
solícitos de cuantas enseñanzas recibiesen de sus padres, tanto en
el apartado espiritual como en el técnico. La esposa era el hombro
consolador de los hijos y la que insuflaba fuerza a su esposo tras
una jornada dura y áspera. El cabeza de familia proveía y surtía
al hogar con cuantas cosas pudiesen necesitar con el sudor de su
frente. Los ancianos suegros o padres se convertían en un arcón
repleto de tesoros de experiencia, consejo y comprensión. Si tu
familia te requería para algo, fuese lo que fuese, la contestación
debía ser instantánea y la disponibilidad pronta. ¿Jesús amaba a
su madre María? Muchísimo, ya que hasta en su cruel muerte, tuvo un
pensamiento para su bienestar al encomendársela a su discípulo
amado Juan. ¿Jesús apreciaba a sus hermanos y hermanas? Por
supuesto. Incluso sabemos de algunos de sus hermanos entregando su
vida a él y luchando a brazo partido por la fundación de la iglesia
y la extensión del Reino de Dios.
- UNA PREGUNTA RETÓRICA Y DESCONCERTANTE
Partiendo
desde esta base, muchos entenderían lo que Jesús ahora va a
contestar ante la noticia de la visita de su familia. Pero en ese
preciso momento, muchos se quedarían estupefactos y asombrados al
escuchar las palabras de Jesús: “Respondiendo
él al que le decía esto, dijo: — ¿Quién es mi madre y quiénes
son mis hermanos?” (v. 48) “¿Es una pregunta con trampa?,”
comentarían entre sí quienes se hallaban a su alrededor. ¿Acaso
Jesús había perdido la cordura y la memoria en lo referente a su
familia? ¿Se había olvidado por completo de sus orígenes, de sus
raíces, al abandonar su hogar para dedicarse a la tarea de proclamar
las buenas noticias de salvación? Muchos se rascarían la cabeza
pensando en que algo más debía haber tras estas crípticas
preguntas. ¿Debían contestarle para refrescarle la mente? Todos
sabían de quién era hijo y de dónde provenía. No era la respuesta
que cualquiera hubiera esperado de parte de un hijo que recibe la
bendita visita de sus parientes.
- UNA NUEVA FAMILIA ESPIRITUAL: LA IGLESIA
Jesús,
tras un breve silencio en el que las miradas de la concurrencia se
cruzan buscando una explicación a estas cuestiones suscitadas en
torno a su familia, continúa su intervención para disipar cualquier
duda de problemas amnésicos: “Y
extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: —Éstos son mi
madre y mis hermanos, pues todo aquel que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi
madre.” (vv. 49-50)
Con el brazo alzado sobre la cabeza de todos aquellos que le seguían
como sus aprendices espirituales, Jesús emplea la visita de su
familia para dar entrada a un nuevo concepto de familia que sobrepasa
la visión tradicional judía. Jesús da el pistoletazo de salida de
lo que en un futuro no muy lejano será la iglesia de Cristo.
Más
allá de los lazos de consanguinidad, más allá de los compromisos
de por vida que surgen de los matrimonios, más allá de la
procreación y la descendencia genética, Jesús está presentando en
sociedad la realidad de una nueva institución divina: la comunidad
de fe. Todos aquellos que comulgan con los mismos valores y
principios que emanan del evangelio del Reino, todos aquellos que con
fe someten sus vidas al señorío de Cristo, todos aquellos que han
nacido de nuevo para propagar el mensaje precioso del perdón y de la
redención a todas las naciones, son una maravillosa y novedosa forma
de entender la familia en términos espirituales.
Sabemos
que dentro de un clan familiar actual, no todos pensamos o creemos de
la misma forma, o en las mismas cosas. Hay ateos, agnósticos,
adeptos a otras religiones distintas a la evangélica o a la
cristiana, hay escépticos, y un sinfín de creencias y profesiones
de fe diversas. Pero somos una familia. Una familia que se respeta
mutuamente, que no busca la polémica o la imposición de las ideas,
que come unida y se ama a pesar de ser todos tan diferentes entre sí.
En el caso de la iglesia, sucede al contrario. La comunidad de fe se
compone de personas que no tienen por qué ser familiares de sangre,
pero que sí tienen en común una fe, un Señor y un bautismo. En
muchas ocasiones, lo que no hemos encontrado en una familia carnal,
lo hemos podido hallar en la familia espiritual. La iglesia de Cristo
se nutre de personas que se consideran entre sí como hermanos y
hermanas. Solo hay un Padre que es Dios, y solo hay una cabeza,
nuestro hermano mayor, el primogénito que es Cristo. Todos somos
iguales delante de Dios, ninguno es mayor que el otro, y todos reman
en la misma dirección para la gloria del Señor Jesucristo, y para
testimonio delante del mundo.
Vivimos,
tal vez no en España, pero sí en otras latitudes, la imagen de mega
iglesias de miles y miles de personas que acuden semanalmente a las
reuniones y servicios religiosos. Y yo, al considerar la realidad del
ambiente familiar que debe imperar en la vida de la iglesia de
Cristo, me pregunto hasta qué punto en estas faraónicas iglesias
uno puede sentirse como en casa, percibir el amor y la atención de
todos los miembros de la familia espiritual, notar el ambiente
acogedor y cercano cada vez que entramos por las puertas de la
capilla.
Por supuesto,
entendemos que formamos parte de una familia universal, innumerable y
preciosa, pero también comprendemos que la iglesia local, nuestra
familia espiritual ubicada en una ciudad, es justamente lo que más
necesitamos en coyunturas más cotidianas y cercanas. Es por ello que
nuestro empeño como congregación local deba ser la de crear, no
artificialmente, sino naturalmente, un espacio en el que todos nos
sintamos hermanos los unos de los otros, actuando desde el ejemplo de
Cristo, y dejándonos guiar por el Espíritu Santo.
Jesús
trasciende los límites de lo terrenal para extenderse a lo
espiritual. De ahí en adelante, todos los que van a incorporarse
gradualmente a la iglesia primitiva serán conocidos por la
fraternidad sincera y sencilla que reflejan desde el amor de Dios. Lo
que caracteriza a esta nueva familia en la fe, y que la hace distinta
de la carnal, es la obediencia total y absoluta a Dios de cada uno de
sus componentes. No debemos de llamar hermanos o hermanas a aquellos
que simplemente nos visitan, o que sencillamente tienen curiosidad
por la Palabra de Dios, pero que no se entregan completamente al
Señor Jesucristo para recibir su perdón, su amor y su salvación.
La calidad de hermano o hermana se logra a partir de una trayectoria
vital intachable, de un testimonio para con los de afuera coherente
con la fe en Cristo, y de una dinámica de servicio y piedad
cristiana para con el resto de la comunidad de fe. En la obediencia
de los mandamientos divinos, cuestión mensurable desde el
reconocimiento de los hechos y acciones del postulante en un periodo
razonable de tiempo, podemos hallar la garantía que nos permite
llamar hermano o hermana a alguien.
Si
el postulante o aspirante a ser miembro de la iglesia, deja mucho que
desear en cuanto a su manera de comportarse o conducirse, tanto a
título público como a título privado, y entrega su compromiso
personal a hábitos perniciosos y pecaminosos sin valorar la
posibilidad de dejar que el Espíritu Santo recomponga su vida o sin
expresar arrepentimiento por la transgresión cometida, no puede, de
ningún modo llamarse hermano o hermana. Porque ser hermano o hermana
en la nueva familia que Jesús inaugura, no solo es un privilegio o
un placer; es también un compromiso de fidelidad a Dios, de amor
para con el resto de hermanos, y una obligación cimentada en el
ejemplo de Cristo. Tenemos conocimiento de algunos episodios de la
iglesia primitiva en los que algunos individuos parecían cristianos,
pero que luego de serles retirada la máscara de carnaval, no lo
eran. Como dijo Juan: “Salieron
de nosotros, pero no eran de nosotros, porque si hubieran sido de
nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que
se manifestara que no todos son de nosotros.” (1 Juan 2:19)
CONCLUSIÓN
No
se nos dice nada más sobre si Jesús salió a recibir la visita de
sus familiares. Quiero pensar que Jesús, tras regalar esta lección
a la concurrencia, se gozó en la presencia de su madre y de sus
hermanos, departiendo amigablemente sobre cuestiones propias de las
familias. Jesús no era un descastado que renuncia a su familia, sino
más bien era alguien que tenía muy claras las prioridades en su
vida de acuerdo con la voluntad y planificación de su Padre
celestial. Jesús saludaría con besos y abrazos a sus seres
queridos, tal y como un hijo y un hermano hacen cuando se vuelve a
encontrar con aquellos con los que ha compartido treinta años de su
vida.
Jesús
nos dejó una impagable muestra y señal de lo que iba a ser, y es
hoy, su iglesia. La iglesia es una familia, una rama más del árbol
genealógico espiritual de la gran familia universal que se reunirá
un buen día en los cielos. ¡Qué hermoso es poder llamar hermano o
hermana a alguien que tal vez no se haya criado contigo, que provenga
de otros territorios y pueblos, que tenga un carácter y temperamento
distinto al tuyo, pero que por la gracia de Dios, y en virtud de la
sangre derramada por Cristo en la cruz del Calvario, estáis
conectados por un afecto celestial incluso más fuerte y más
confiable que los lazos carnales! Somos familia, y seremos familia.
Por eso, en Cristo, sigamos siendo familia y pongamos una canción de
celebración en nuestro corazón entonando “We are family.”
Comentarios
Publicar un comentario