IGNORANTES “ON BOARD”
SERIE
DE SERMONES EN PROVERBIOS 1-4 “SAPIENTIA”
TEXTO
BÍBLICO: PROVERBIOS 1:1-7
INTRODUCCIÓN
Es
paradójico constatar que, a pesar de que el ser humano goza en la
actualidad de un acceso a la información, a ingentes cantidades de
datos y a un sistema educativo mucho más avanzado que el que se
tenía hace veinte años, la ignorancia no ha dejado de seguir siendo
la lacra más extendida del mundo. Ya no es necesario desplazarse a
las bibliotecas, o comprar un voluminoso conjunto de tomos de
enciclopedia, o pagar cantidades estratosféricas para matricularse
en un centro de enseñanza, y no obstante, los ignorantes siguen
pululando como Pedro por su casa en los medios de comunicación, en
los mentideros políticos y en cualquier estructura social de
cualquier localidad. Conocemos más de lo que menos importa, menos de
lo que tiene auténtica relevancia, y como diría el escritor francés
del siglo XVII, François de la Rochefoucauld, contemplamos
boquiabiertos y estupefactos ante la realidad de que “tres
clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal
lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse.”
Viajamos
por esta esfera de barro y agua con la sensación de que, en algún
momento de nuestro trayecto vital, nos habremos de encontrar
acompañados, en el asiento de al lado, con ignorantes que dicen
saber mucho de todo, pero que en realidad no saben absolutamente
nada, con sabihondos que creen haber encontrado la plenitud y el
cénit intelectual, pero que la pedantería y el orgullo marchitan, y
con odiadores de todo aquello que no conocen, llenos de temor ante
cualquier tema que pueda descubrir su estulticia. Seguro que te
habrás encontrado a un espécimen bastante aproximado a alguna de
estas categorías. Como dirían en tierras cubanas, estamos rodeados,
y no es precisamente de agua. Los ignorantes que dicen sin decir, que
balbucean estropajosas frases incoherentes, y que pretenden copar la
atención por medio de vociferaciones y alaridos infames, son el pan
de cada día. Menos mal que Dios nos da paciencia para tratar con
esta clase de personas, porque si no fuera así, hace ya tiempo que
alguno ya habría emigrado a las alturas del Himalaya para evitar el
contacto casi inevitable con ellos.
La
ignorancia sigue campando a sus anchas en nuestra sociedad
contemporánea. Es lamentable tener que comprobar este extremo en
nuestras propias carnes, pero, al igual que los pobres, siempre los
tendremos entre nosotros. La cuestión reside en si nosotros mismos
somos parte de esta legión de ignorantes, o si buscamos con ahínco
superar nuestro estado de inoperancia al abrigo de la sabiduría que
procede de lo alto. Como creyentes en Cristo necesitamos ser
conscientes de nuestra situación personal delante de Dios, de
nuestra necesidad de seguir conociendo las verdades del evangelio de
Cristo, de nuestra dependencia de la enseñanza que nos imparte
diariamente el Espíritu Santo. De ahí que el libro de Proverbios,
del cual hablaremos en los próximos domingos largo y tendido, sea
más oportuno e idóneo que nunca, a fin de desterrar la ignorancia
de nuestro pasado para extendernos a la sabiduría y la sensatez en
el presente y en el porvenir. Ningún cristiano podrá nunca decir
que ya lo sabe todo, que nada hay que deba conocer, y que su
aprendizaje ha concluido definitivamente. Esto sería una osadía,
por un lado, y por otro, una nueva evidencia de que la ignorancia
sigue haciendo estragos en un corazón inmaduro e irreverente.
Proverbios sigue siendo un compendio sumamente necesario para
entender y comprender cómo vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, y
esto, como comprenderemos, supone toda una vida de discipulado y
aprendizaje.
- RECOPILANDO PROVERBIOS PARA ERRADICAR LA IGNORANCIA UNIVERSAL
¿Quién
recopila con tanto tino este libro tan lleno de sabiduría y
conocimiento de la vida humana? ¿Quién se ocupa de hacer acopio de
dichos, refranes y enigmáticas máximas que reflejan el contraste
existente entre aquellos que humildemente se someten a Dios y
aquellos que escogen ser ignorantes “on board”? Salomón es el
escogido por Dios para alumbrar el entendimiento de los seres humanos
que habrán de leer este libro: “Los
proverbios de Salomón hijo de David, rey de Israel.” (v. 1)
Salomón,
habiendo recibido el legado experiencial de su padre David y el don
divino de adquirir una sabiduría y perspicacia fuera de lo normal,
se constituye en uno de los mortales más entendidos y más fecundos
en la vertiente científica de aquellos tiempos: “Era
mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales y que
toda la sabiduría de los egipcios. Fue más sabio que todos los
demás hombres, más que Etán, el ezraíta, y que Hemán, Calcol y
Darda, hijos de Mahol. Y fue conocido entre todas las naciones de los
alrededores. Compuso tres mil proverbios, y sus cantares fueron mil
cinco. También disertó sobre los árboles, desde el cedro del
Líbano hasta el hisopo que nace en la pared. Asimismo disertó sobre
los animales, sobre las aves, sobre los reptiles y sobre los peces.
Para oír la sabiduría de Salomón venían de todos los pueblos y de
parte de todos los reyes de los países adonde había llegado la fama
de su sabiduría.” (1 Reyes 4:30-34)
Salomón
escoge cuidadosamente, y con la inestimable ayuda e inspiración del
Espíritu Santo, un asombroso número de lecciones de vida y
enseñanzas surgidas de la observación de una formidable diversidad,
las cuales son condensadas bajo el título de Proverbios. Un
proverbio o mashal, era una fórmula comparativa y metafórica que
cuajaba en un pronunciamiento, una afirmación o una declaración
rotunda. A través de ellos pretende demostrar ampliamente que la
fuente de la sabiduría que de verdad importa en esta vida y en la
venidera, es aquella que brota del manantial fresco de la Palabra de
Dios. Varios son los propósitos que Salomón expone para otorgar
validez, contenido y significancia al libro de Proverbios. El primero
de ellos tiene que ver con la inmensidad general y universal de la
humanidad. Salomón desea evitar que el mundo entero se llene de
ignorantes “on board”: “Para
aprender sabiduría y doctrina, para conocer razones prudentes, para
adquirir instrucción y prudencia, justicia, juicio y equidad.”
(vv. 2-3)
Aprender
es la palabra clave a la hora de hablar de sabiduría. Es un verbo
que implica un anhelo sincero y humilde de erradicar la ignorancia de
cada área de la vida. Uno puede cazar ciertas cosas al vuelo, como
quien no quiere la cosa, con una falta patente de concentración y
atención, pero alcanzar la sabiduría que te cambia por completo la
existencia requiere de pasión por dejarse enseñar. Aprender
sabiduría y lograr entenderla es mucho más que realizar un
asentimiento intelectual de un conjunto de conocimientos y teorías.
La sabiduría adquiere su genuino valor en tanto en cuanto ésta se
aplica en las acciones cotidianas, en los hábitos diarios, en la
cosmovisión personal del que la recibe. La doctrina o enseñanza
consigue su verdadera razón de ser en el preciso instante en el que
no la guardamos en el cerebro, sino que la ponemos por obra en
nuestro estilo de vida. Aprender no es recopilar información o
deglutir datos sin ton ni son, de forma mecánica y desapasionada.
Aprender, entender y conocer es el vocabulario de aquellos que están
cansados de seguir permaneciendo ignorantes sobre sus interrogantes
existenciales. Para ello nuestros oídos deben estar despejados de
prejuicios, nuestra mente exenta de interferencias y nuestros ojos
bien abiertos para constatar que cada verdad aprendida proviene de
Dios para el bienestar de nuestro ser.
Recibir
también es un vocablo muy interesante en relación a la sabiduría
que solamente Dios sabe impartir al ser humano. No siempre estamos en
disposición de recibir determinadas lecciones, bien porque nos
desenmascaran, dejándonos expuestos en nuestra ignorancia supina, o
bien porque nos cuentan la verdad de quiénes somos delante de Dios.
El ignorante suele ser bastante altivo y orgulloso. No lleva muy bien
eso de reconocer y confesar que lo es. De hecho, tal y como afirma un
proverbio árabe: “Aconseja
a un ignorante, y te tomará por su enemigo.”
No obstante, cuando esa barrera de soberbia es sobrepasada, y se
asume que la ignorancia solamente trae desdicha y miseria, podemos
llegar a apreciar considerablemente los consejos, las advertencias y
las exhortaciones de un maestro o de la misma Palabra de Dios. Y es
que los beneficios de arrinconar nuestro orgullo son múltiples: un
reconocimiento increíble de la verdadera naturaleza de una situación
o coyuntura y la virtud de acatar las normas de convivencia social
desde la justicia, el discernimiento equilibrado, y la equidad. La
sabiduría está estrechamente conectada a la idea de la ley, a la
idea de obediencia a la misma y a poder evitar cualquier medida
punitiva que surja de una transgresión de la misma. Ser sabios es
saber ser ciudadanos justos, rectos y corteses. Ser ignorantes es ser
carne de presidio, y ser candidato a sufrir el castigo que se devenga
de incumplir los reglamentos civiles.
- UNA SABIDURÍA NECESARIA PARA INGENUOS E INMADUROS
Por
otro lado, Salomón también tiene unas palabras dedicadas a los
ignorantes y simples de esta tierra, los cuales son más de lo que
nos imaginamos: “Para
dar sagacidad a los ingenuos, y a los jóvenes inteligencia y
cordura.” (v. 4)
La sabiduría suele ofrecer dividendos positivos y fructíferos a
aquella persona que la persigue y busca. También suele quitar mucha
tontería, por supuesto. Seamos bondadosos y optimistas. La sabiduría
de Dios proporciona precisamente lo que falta a los ignorantes: la
habilidad de emplear la razón para sortear los problemas de la vida
y la consideración de cualquier situación con cabeza fría antes de
tomar una decisión precipitada. Podríamos decir que la sabiduría
de Dios nos equipa con las herramientas más necesarias de este
mundo: la reflexión y la consulta a Dios. La sagacidad permite a los
simples poder abandonar el camino de las imprecisiones y de las
imprudencias, elementos que suelen colocarnos en aprietos realmente
delirantes. Es curioso que el autor de Proverbios emplee la acepción
“ingenuos,” dado que a diferencia de los locos y de los burlones,
los ingenuos tienen la ventaja reseñable de ser enseñables.
También
Salomón se refiere a los jóvenes, a los que son ignorantes en
virtud, no de la simpleza mental, sino de su inexperiencia e
inmadurez. A estos Salomón les anima a leer y estudiar el libro de
Proverbios en orden a cultivar la capacidad de caminar por la vida de
manera constructiva y evitando los atractivos de la mala vida. Al
considerar las enseñanzas y lecciones de los dichos de Salomón,
impregnados todos ellos de la sabiduría de Dios, los jóvenes
tendrán la oportunidad de edificar sus vidas sobre la base de la
obediencia y sumisión al Señor, cuestión altamente importante al
observar la gran cantidad de mozalbetes que meten la pata hasta el
corvejón al dejarse llevar por el criterio de otras personas más
listas que ellos, de las modas y tendencias pasajeras o de los
dictados de lo políticamente correcto. La sabiduría de lo alto ha
de imprimir en el corazón y la mente de la juventud el deseo de
valorar crítica y racionalmente cada decisión que deben tomar
durante sus años mozos. Sabemos por experiencia que conocer a Dios y
empaparse de su sabiduría en los tiempos de nuestra mocedad nos ha
deparado una trayectoria vital exenta, en la mayoría de casos, de
catástrofes personales, fracasos espirituales y crisis
existenciales.
- UNA SABIDURÍA NECESARIA PARA SABIOS Y ENTENDIDOS
Parecería
que la sabiduría solamente debe ser recomendada a los simples, a los
ignorantes y a los jóvenes. Parecería que los sabios no necesitan
saber más, que ya tienen las cosas claras y que nadie puede
enseñarles cosas nuevas. No es así ante los ojos de Salomón, un
hombre que podía decir que nada había que pudiese picarle la
curiosidad, que no había disciplina que él no dominase a la
perfección. Salomón también hace alusión a la necesidad que los
entendidos tienen de seguir aprendiendo de Dios y de su Palabra: “El
sabio los escucha y aumenta su saber, y el inteligente adquiere
capacidad para entender los proverbios y sentencias, las palabras de
los sabios y sus enigmas.” (vv. 5-6)
Al
igual que los ignorantes, muchos autoproclamados sabios optan por
tirar de orgullo propio cuando se les propone seguir aprendiendo. Sin
embargo, el que es verdaderamente sabio es aquel que suscribe la tan
manida frase de que “solo
sé que no se nada.”
Uno puede ser un cerebro en determinadas disciplinas académicas, un
genio de las matemáticas y un científico de alto nivel que elabora
teorías e hipótesis sobre temas sesudos e intrincados, pero si se
cierra en banda a la hora de continuar ampliando sus conocimientos,
poco a poco se verá sobrepasado por otros que siguen manteniendo el
hambre de investigación y observación. El sabio que medita en los
proverbios salomónicos tiene la oportunidad maravillosa de construir
sobre una estructura preexistente, algo a lo que no todo el mundo
puede aspirar. El entendido no zanja su actitud y posibilidades de
aprendizaje cuando recibe su diploma o título académico, sino que
consiente en reciclarse y en asistir a las lecciones magistrales de
maestros y profesores que tienen mucha sabiduría que compartir con
ellos. Lo mismo sucede a nivel espiritual: una persona que afirma no
necesitar seguir recibiendo la enseñanza de la Palabra de Dios
porque ya no hay nada que deba aprender, es un juguete roto en manos
de Satanás abocado a ser un completo ignorante “on board.”
Como
parte de esta sabiduría que va a destilar este libro de Proverbios,
Salomón reseña algunas de las técnicas y modalidades que utilizará
en este camino de enseñanza: metáforas y comparaciones que
suscitarán nuestra imaginación y nuestra reflexión, declaraciones
enigmáticas y misteriosas ornamentadas de sarcasmos y sátiras,
acertijos y adivinanzas que activen nuestras neuronas en busca de una
aplicación vital, y muchos otros métodos más. Salomón podría
haber escrito un tratado extenso, minucioso y en veinte volúmenes
sobre el ser humano, sus filias y fobias, sus intereses y deseos, sus
acciones e intenciones, y el resultado de éstas. No obstante, opta
por entregarnos la sabiduría de Dios por medio de expresiones
propias de lo cotidiano, de imágenes ilustrativas de cosas que
pasaban, pasan y pasarán en la dinámica existencial del ser humano,
y de una explicación exhaustiva de dónde se halla la auténtica
sabiduría, en Dios.
- EL TEMOR DE JEHOVÁ ERRADICA LA IGNORANCIA
Por
último, como si de un clímax se tratase, resumiendo y sintetizando
el contenido y motivo del libro de Proverbios, Salomón prepara
nuestro espíritu y nuestro corazón para asimilar de la mejor manera
posible cada ápice de conocimiento que se vierte en su colección
proverbial: “El
principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos
desprecian la sabiduría y la enseñanza.” (v. 7)
Salomón deja meridianamente clara la naturaleza teocéntrica de la
sabiduría que está a punto de exponer. El cimiento, el fundamento y
la fuente del conocimiento que merece la pena aprender y recibir está
en Dios y solo en Él. Está en el temor debido a su persona y obra.
¿Y qué es esto del temor de Jehová? ¿Es miedo, terror ante un ser
superior, es un pavor sobrenatural? Por supuesto que no. Vivir en el
temor de Dios es permanecer en una posición subordinada con respecto
a Él, es reconocer nuestra dependencia de Él, es reconocer que no
hay más sabiduría que la suya, la única que da vida, y vida en
abundancia. Fijaos si es importante la primera declaración de este
versículo 7, que no cesa de aparecer una y otra vez a lo largo del
libro de Proverbios, tal y como veremos en su momento.
El
problema que sugiere Salomón es que no todo el mundo acepta, desea o
aplaude esta sabiduría que surge del temor de Dios. Existen personas
ignorantes que apelan solamente a una sabiduría terrenal, perecedera
y limitada. Existen individuos que prefieren vivir a su manera
obviando las verdades de la sabiduría divina. Podríamos decir que
hay, muchas más de las que desearíamos, una suerte de ignorantes
incorregibles que desechan el conocimiento dado por Dios y la vida
eterna que de éste emana. Esta desafortunada realidad es algo que
podemos constatar en el día a día. Son estos ignorantes “on
board” que sellan su destino evitando un encuentro con el Dios
vivo, y que viven vidas desdichadas y mediocres en lo espiritual,
aunque confíen mucho más en lo intelectual y lo científico. Ambas
cosas no están reñidas, lo espiritual y lo racional, siempre y
cuando sean mediadas por la sabiduría de Dios, por la vivencia de un
temor del Señor que clarifica nuestro propósito existencial.
CONCLUSIÓN
Como diría un erudito
bíblico, Barré, “el
temor de Dios es el primer paso en la búsqueda de una existencia con
significado.” No
cabe duda de que ni tú ni yo queremos ser unos ignorantes de tomo y
lomo en aquello que se refiere a nuestros interrogantes vitales: de
dónde venimos, quiénes somos y a dónde vamos. La ignorancia es
atrevida, y desde la estulticia y la idiotez muchos han perecido sin
pena ni gloria. Nosotros tenemos la oportunidad preciosa de
escudriñar el consejo de Dios sobre muchos asuntos éticos y
prácticos desde el libro de Proverbios, y así, por fin, con la
ayuda oportuna del Espíritu Santo, dejar de ser ignorantes “on
board” para ser sabios según la perspectiva de Dios y según la
mente de Cristo.
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